Rapsoda


Cuando sea mayor
quiero ser rapsoda.

Tocar los versos de otros
con mi garganta,
acariciarlos con mis labios.

Sentir la atmósfera entristecida, alegre, optimista, de lucha
que despiertan las palabras.

Ver la piel erizada de unos cuerpos faltos de inspiración
motivados de nuevo.

Oír las risas sinceras
que aplauden a un chiste bien contado.

Notar la diferencia
de los poemas sin sentido.

Cantar letras rimadas.

Resucitar la locura de los poetas.

Dar vida a palabras desconocidas
que no puede inventar mi pensamiento.

TU QUE… TU, ¿QUÉ?

Tú que no entiendes porqué este año no se van las moscas
Tú que te quejas del frío
Tú que lanzas tu abrigo a un contenedor
Tú que nunca cantas tra-la-la…
Tú que eres reacio a actuar si no está todo planeado
Tú que crees que eres el único poeta del siglo
Tú que ya no puedes ser dueño de todo
Tú que te lamentas con palabras engañosas
¿Has visto al niño que cantaba sentado en una lágrima?

¿Has visto al niño que cantaba sentado en una lágrima?

¿Has visto al niño que cantaba sentado en una lágrima?

Ahogaba sus cantos en lágrimas,
silenciaba con el llanto su cantar.

La lágrima, de llorar se rompió en mil trozos.

El millar de pedazos de lloro
se convirtió en lluvia.

Lloró el cielo.

Máscaras

Máscaras, máscaras, máscaras.

La vida está llena de máscaras.

La de león manda en la selva.

La de cocodrilo se aprovecha de los males.

El burro es el que se hace el tonto.

El zorro, el que se cree listo.

Máscaras de soles para los pesimistas.

De elefante para poderlo todo.

El gato para los dependientes.

Máscaras de Carnaval para los tristes.

Son las caras de las situaciones.

Carta para Julio Cortázar

Des dels meus poemes, any 1972 d'un dia qualsevol

T'escric des del no res. No em va arribar la teva carta. Potser si l'hagués llegida abans d'aquell ingrés d'hospital. Però aquestes coses mai se saben. La gent com jo pot arribar a donar importància preuada –la que té- a lletres com les teves, cony! Ara, ja no sento res, ni plaer ni res en absolut i per descomptat trobo a faltar el dolor que em produïa el meu enamorament de la mort en vida.L'eslip que et menjaries a mossegades ferotges seria blanc i el color de la sang en seria absent. Sento nostàlgia de les paraules, especialment llegides en veu alta, tal com ha de ser la poesia. La mandíbula, sento a faltar el moviment de la mandíbula del poeta.També penso en els autobusos, com seus i et porten d'un lloc a l'altre, que per mi era d'una mort a una altra, d'un instant que es pot perdre inútilment a un altre. I tu ho saps. I vosaltres ho sabeu. El que no saps, i és per això que t'escric aquesta carta és que encara t'estimo, en cada mot i en cada paraula, per bé que a mi, ja no me'n quedin.

Agraïda d'haver-te conegut,Alejandra.
Nota: Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936 y murió a los 36 años, el 25 de septiembre de 1972.

Carta para Alejandra Pizarnik



París, 9 de septiembre de 1971


Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

Julio

Laberinto


En un laberinto de palabras
encierro mis recuerdos.
No vuelvo la mirada.
Alargo mis manos
y cojo del pasado
las estrellas que oscurecen.
Una lágrima de luz
les contagia su brillo.
Bautizo nuevos astros
paridos en antiguas explosiones.
Mis ojos adivinan nuevos horizontes.

El espejo y el deseo

Tenía los ojos grandes, luceros, verdes.
Paseaba el encanto de su mirada
entre todas las miradas que deseaba atrapar,
con un suave pestañeo.
En otros brillos detenía su andar,
buscando un espejo que reflejara su belleza.
Desde un pequeño balcón en penumbras
ella observaba cuanto iba sucediendo.
En un descuido él se ocultó de su vista
y al momento le tenía a su lado.
La oscuridad del lugar no le importaba.
Él sólo quería oír su voz.
Que recreara y alimentara su pensar
con palabras que ella bien sabía pronunciar.
La vida, el deseo, la belleza, el amor ...
Cada vez más cerca de su cuerpo
sólo pedía oírla, olerla, atraparla y estremecerla
con el calor de unos brazos
que empezaban a rodear sus hombros
La voz de ella perdía fuerza,
sus ideas empezaban a retroceder y sólo una avanzaba,
entre una nebulosa de fantasías.
Las palabras se ahogaron en su garganta
y buscó sus luceros, verdes, grandes ...
Él susurró: -No te gires, no me mires;
el día que el misterio de tus ojos sea mi espejo
viviré sólo para perderme en ellos,
me convertiré en un ser sin más voluntad
que la de tus deseos.

Celebrando su muerte, hoy 1 de noviembre

El mundo entero
es el recipiente
donde vuelca su dolor,
su morir en vida.
Las ilusiones rotas,
un tormentoso mar de quejidos.
Sus negros pensamientos,
ríos de oscura tinta
con la que escribe
su mal habida cercanía.

El odio a Dios padre,
Virgen madre y
Espíritu Santo enfermo.

Toda la envidia
que le convierte en un monstruo
enfundado en un querer ser hermoso.
El cruel chantaje
escondido en sus promesas.
El lastre de reproches
hacia adentro,
hacia afuera.

No os dejéis atrapar por su hipnótica mirada!
¡Matad al pesimista de pupila enlutada!