El beso

Aquella noche de invierno me desperté sobresaltada. Un pensamiento horrible me invadía. Aquella voz que oía en mi cabeza no paraba de repetirme, una y otra vez, que tenía que buscar una víctima. Me sentía dividida en dos; la voz endemoniada por un lado, y la conciencia que intentaba frenar esa voz profunda, que cada vez se aceleraba más y más. Hubiese hecho cualquier cosa para detenerla. Pensé en gritar con todas mis fuerzas pero sería inútil. En aquel siniestro y desierto lugar no vivía nadie y el vecino más cercano vivía a trece kilómetros.
¡Basta, no puedo más, tengo que hacer algo! Me levanté poseída por la voz y empecé a vestirme. Busqué en el armario el vestido negro, los zapatos de tacón y el velo de seda negra, que usé en la última fiesta de disfraces. ¡Ahora sí! era la dama negra. No necesitaba ningún arma. Mi arma era yo y mis pensamientos destructivos. Solo me faltaba la víctima.
En la puerta me esperaba el chofer subido en el carruaje fúnebre. Los seis caballos negros relinchaban sin parar. Estos animales tienen un sexto sentido para estas cosas. Eran las tres de la madrugada y el frío helado se me calaba en los huesos como si me estuviesen clavando miles de agujas.

LA NOCHE ES LA GRAN DUDA

Un sudor frío me estremece cuando el sol se precipita.

El tiempo se detiene mientras un río de vino ahoga mis delirios,

delirios de amor, de odio, de grandeza y desesperación.

Gritos que enmudecen los silencios de la noche.

Danzas que se detienen al alba por un amor perdido.

Mi rostro se refleja en una copa de palabras vacías

malgastadas por el tiempo de las estrellas que nos vieron.

Supernovas y enanas blancas, fugaces y espontáneas

Agujeros negros que nos absorbían la energía en la sombra del sol.

Y yo, dudoso, esperaba que naciese una nueva estrella.

Definiciones

Amarinda Cibernea
Valquiria, reina guerrera de las valquirias del planeta más distante de la Galaxia Omega. Su última misión, conseguir agua potable para su planeta.
Electridalgo
Aparato solar que distingue las piedras que pueden dar agua de las que no. Funciona pasándolo por encima de las piedras y aparece una luz roja cuando encuentra una piedra servible.
Mujerotrón
Depósito de plástico de 2cm3 de capacidad que, al llenarlo con agua, puede alcanzar una capacidad de 40 cm3 y hasta 100 cm3, dependiendo de las piedras que haya y de la necesidad de agua.
Gigabesos
Pastillas hechas de polvo de estrellas que, metidas en el agua, hacen que la gente se sienta más fuerte y no necesite beber mucha agua.
Gigamores
Piedras que nacen alrededor de los pueblos más tranquilos y avenidos, para protegerlos. Al coger las piedras, nacen otras nuevas en el lugar de las anteriores una semana después, si el ambiente en el pueblo sigue siendo de armonía.
Amarómetro
Aparato solar que sirve para convertir las piedras en agua. Es similar a un embudo. Se coloca la piedra sobre la parte más ancha y comienza a brotar agua.

Final alternativo de El corazón delator de Edgar Allan Poe

Así lo hicieron, dos de los oficiales, ¿se lo pueden creer?, me inmovilizaron para que no pudiera escapar; no sabían que el zumbido, aquel zumbido que seguía oyendo, me hipnotizaba de tal manera que no dejaba que me fuera; mientras, el otro oficial iba levantando uno a uno los tablones, dejando pasar un tiempo irritante entre cada uno.

Poco a poco se iba descubriendo que no estaba loco, no estoy loco, porque un loco no habría tomado tantas precauciones para esconder a un viejo.

Al descubrir el cadáver, me di cuenta de que faltaba algo en él: el ojo maldito. Busqué con la mirada pero no conseguí dar con el ojo. No apareció.

Quizás fue eso, que no encontré el ojo, lo que me enfureció todavía más, ¡y salté!, ¡y grité!, pero no me hicieron caso. Pensaron que lo mejor sería encerrarme aquí pero no contaron con que, sin saber cómo, el ojo se ha instalado en mi cuarto y me vigila día y noche.

Mi beso preferido

Salvaje, caliente y húmedo. Abres la boca y notas que la boca de él encaja perfectamente en tus formas. Dejas que vuestras lenguas se unan. Caliente. Sientes su calor. Sientes el calor que le das. Quieres quedarte allí para siempre. Salvaje. Un beso con ímpetu. Te metes en su boca, en su cuerpo, como si la vida fuera a terminar después de ese beso. Húmedo. Notas su lengua húmeda y bailas con ella. Te quedas con una parte de esa boca, con el recuerdo de ese beso.

El beso de la muerte

Me arrastro, me deslizo por su cuerpo en silencio. Siento cómo se eriza su piel a mi paso. Piernas, cadera, torso y, por fin, su ansiado cuello. Abro la boca para saborear el manjar que me espera, su ansiado cuello. Saco mi lengua bífida y recorro su cuello, planeando cuál será el lugar idóneo en el que depositar mi simiente. Al fin, dientes, lengua y cuello se unen, formando una mezcla de desconcierto y placer en mi cabeza. Vuelvo en mí; es el beso de la muerte.